miércoles

Algo chiquito


Lo supe desde el día debajo de un cielo de glicinas. Preferí no escucharlos.
Creí en la lluvia estelar de las sienes. Y no tuve miedo.
Aspiré el universo en una única bocanada. No me ahogué.
Me abracé a los miedos. Les tomé las manos y caminé entre hojas secas que la marea del tren traía cada vez que queríamos patearnos las cabezas.
Aprendí. Y ya no voy a cambiar la fascinación por los objetos transparentes esféricos deseando penetrarlos, pasar una estadía ahí dentro. Como sucede con los bonsái, ojalá fuese tan minúscula de poder sentarme debajo de uno de ellos.
No se puede explicar, pero a mi me pasa.

Ali (m) ento


Te estampás la nariz contra el cristal y de a poco aparecen esas manchas que opacan. Inhalás y se van, exhalás y vuelven. Y así vas armando un universo que no existe, te lo repito constantemente, pero vos nada che.
Insitís con esa idea de lo efímero, del dibujito que haces en las manchas, y en cada respiro se vuelve reiterativo.
Mensajes para más tarde, decís, para que cuando el cielo se despeje de noche vos te acerques y con la boca semiabierta escupas nada más que aire y los códigos mágicamente aparezcan de nuevo.
Esos que están siempre, porque estás con la fijación de las luces naranjas y todo se empaña, porque el calor que hace acá adentro es insoportable. Hospedaje gratuito para tus gérmenes desagradables y violetas.
Los martes te van a aniquilar, arrancate las lagañas de una vez, abrí las persianas, limpía la mugre que dejás en las ventanas, desnuda la humedad que duerme en la cama y deja de llorar porque precisamente a las cinco de la tarde la luz se vuelve extraña. Todo se impregna de gris, pero en las ramas de los árboles que están del otro lado de la calle hay un dejo de tinte amarillo, porque allá atrás él intenta asomarse, estúpidamente asomarse… y no sabe lo mal que te hace que las cosas estén por la mitad.
El tiempo desaparece. Se te congelan los dedos, vas tocando sin tocar y así todo se silencia. No hay más que el ruido ensordecedor de una gota suicida contra el piso.
Mensajes para más tarde… que bárbaro.

domingo

Cuando no quiero aspirar grises


¿Cómo hacer para que una brisa de primavera te cuente al oído la infinidad de cosas que estoy callando? No se puede, porque no sé hacerlo y porque no entiendo las razones de lo que callo.

A veces siento que no nos alcanza el tiempo, o que el tiempo nos alcanza muy rápido, no sé, esos juegos de palabras me gustan.Hay pocas cosas de las que estoy segura, conforme, tranquila... infinidad de sinónimos. Y yo creo que si, que entendés o que sabés o intuís lo que me sucede.

Si hay un hueco en la garganta que asfixia o un espacio que comprime cada vez más corre en paralelo a nuestro puente amarillo. Son tiempos raros, cada tanto aparecen. Los vientos caprichosos e indecisos juegan perversamente con mis manos, y es un poco así lo que me pasa. No voy a negar mi condición de persona. Soy altamente cambiante, inconstante, incoherente, suceptible, vulnerable, y miles de etcéteras de esta índole. Por eso de repente lleno un vaso con agua y me sumerjo viendo cómo me ahogo en 100 centímetros cúbicos, lo cual termina resultando de lo más insoportable para mi, saco la cabeza y me rio de mi dramatismo.

Dramática es una palabra que cuadra bien conmigo, aunque eso de los cuadrados y la suma de los ángulos no lo comprenda aún.

Yo me fijo mucho en pequeñas tonterías. Después de un viaje aburrido en el colectivo acompañado de unas cuadras hasta mi casa enciendo la cajita que entretiene y me encuentro con Julio, hablando de mundos fantásticos justamente en un día que fantasía es lo que me falta. Y mi jardín, que siempre me tiene sorpresas, me da con sus manos de cerezos una planta de fresias para plantar. Unas dalias que pensé, habían pasado a ser alimento de lombrices, están ahí, también esperando. Entonces recurro a dos macetas, a la tierra, a su olor cuando la mojo, y las planto y lloro pero estoy bien. Y sé que puede ser aburrido que te hable de plantas y jardines, de unas palabras de Julio, de un viaje en colectivo. Pero estoy segura que en algún punto me entendés.

Esto ya se torna confuso cuando el único objetivo era decirte: Gracias por cruzarte cuando las cosas parecían estar escritas cripticamente, por invadirme los espacios con tus colores, por contagiarme la alegría que dejás salir naturalmente.

Que si manchamos que sea con el cuerpo y con las manos. Con la boca y desde adentro. No esas manchas que son garúa hipócrita que no hacen más que cerrar los ojos de dolor.

La permanencia.


Y es lógico, piensan los que piensan, la lluvia se nos cae encima, viene de arriba.
Que idiotas, piensan los que no piensan, la lluvia viene de abajo, del costado, de la boca, de los ojos, de las manos.
Lo que se desprende no cae del cielo, más bien de los ruidos. Uno que anda malherido por estos días, petrificado entre tanta cosa rara. Inmóvil en el silencio que no es más que vorágine de luz y velocidad.
Uno que anda aplastado por la tarde. Con las venas adosadas al miedo, al filo y al frío. Con las crenchas llovidas de agua estancada. Azul de tan blanco, desnudo ante la inmensidad.
Hay que dejarse llevar por las causes del río metafísico, pegar un salto al asfalto y darse la cara contra el pavimento mojado.
Juntar las partes que se desploman, juntarlas aunque estén llenas de pelusas verdes, de hilos extraviados, de vidrios congelados, de migas y bichitos.
Sacarse los ojos con los tenedores, sentarse al borde de la silla, caminar con las manos y estar al revés.
Hay que prender fuego la cama, escupir las sábanas, ahogarse con las almohadas. Saber que no existen las eternas lejanías, repetirnos al infinito parece lo decente.
Uno piensa con sed de horizontes, de ocasos quemados y amaneceres oxidados.
Y así uno no puede quedarse, hay que seguir andando. Con amor, desamor, calma, exaltación, nostalgia, alegría. Con alas, hormigas, azúcar, llantos, risas. Con viento, nubes, llovizna, tormenta. Con pudor, arrugas, noches, semillas. Con esponjas, sueños, pesadillas, desnudez, encierros, tapujos. Con tardes, árboles, delirios, azares, casualidades, coincidencias, desencuentros, siestas, despertares, belleza, fealdad…
Seguir con lo que eso significa, con lo que somos, lo que no. Lo que rodea, lo que se oculta. Lo permanente y lo que caduca.

miércoles

Que no y no


Lo podés ver. Ahora estos ojos, tus ojos, se arrastran irónicos por donde estés. Convencido que algo nutritivo hay detrás de estos brotes de tinta negra. Sabés… siempre creí que su sabor era amargo.

Uno no puede andar cerca de las sombras que proyecta la luna, ella lo sabe y favorece a la desgracia. A veces odiosa y caprichosa, lejana. Pero no, te obstinás en seguirla, en jugar con ella y con las formas. Es que conocés la mitad que lo demás no pueden ver y no te entienden, acarician tu cabeza y –bueno, como quieras. Vos sabrás.

No podés vivir cerca de los candados y las llaves de aire, vos que dibujás con saliva alejate de las palabras escritas con humo. ¿Qué quiero decir con esto? Que no vengas a despertarme para decirme que es domingo, menos si es febrero. Que me estampes en la cara un beso pegoteado con olor a caramelo de plaza. Con vértigo de hamacas. Que tengo la cama repleta de papelitos verdes, como los jueves. Que no me dejes ser lo que no soy. Como esos que van muriendo desde que el despertador grita religiosamente a la misma hora todas las mañanas, eligen cuidadosamente las combinaciones, toman el café en la taza cotidiana, caminan apurados sin ver el cielo a menos que caigan unas gotas y lo maldigan porque se olvidaron el paraguas y el pelo se moja y la ropa se moja y el alma se moja y están al descubierto. Y así ellos no pueden. Qué le vas a hacer, tal vez algún día aprenda a vestir mejor los sentimientos y no desnudarlos por cualquier lado.

Que no se confunda


Y en lo hondo de la pieza el humo, el calor, la humedad, el olor a pelo sucio, la almohada aplastada y babeada, el aliento a cigarrillo, las ventanas abiertas y la insoportable sensación térmica. No por verano. Por los cuerpos inertes que solo pretenden eso, irradiar lo que sea. Las manos que caen como lluvia y empapan los hombros, el pecho y desembocan en las piernas.

Hay contagios que poseen, maravillan pero mueren de secos. No se comprenden, se pierden a mitad del camino. Balbucean anuncios y las voces se quiebran, el idioma es ininteligible. Y a veces eso les alcanza, porque apoyan las bocas contra paredes agujereadas, de vidrios astillados que les cortan los labios. Y si, eso les alcanza.

Pero cuando el ofrecimiento de piel se pierde entre los ríos salados, la música se termina, el cenicero vomita cenizas, la espuma se abre y calienta, las velas verdes se consumen, se transforman en eso que no son. Y ahí si, ahí no hay más nada que un simple cerrar los ojos, buenas noches y abrigate los sentimientos no vaya a ser que los dejes correr por la cama con el frío que hace.

lunes

Basicamente, la lluvia y sus formas


¿Sabés lo que pasa?

Los días así extiendo la mano y toco el ovillo violeta. Viste como es… que las gotitas se suicidan pero no revientan contra el piso. Se aferran de los cables, de las rejas, de los techos y de mis pestañas. Las miro fascinada. Parecen lucecitas. Brillantina.

Los días así el verde se vuelve más nítido. Y el amarillo envuelve los dedos que se congelan cuando vuelvo a tocar el ovillo. Pero está mojado y pegoteado. Hay baldosas flojas que escupen si las piso. Hay música que me tranquiliza cuando abro el paraguas. Hay ansias de sentir el refugio, de arrancarme el viento de la espalda.

Ahora hay que abrir el cajón, meter la mano y sacar la cuchara, no vaya a ser cosa que en vez de revolver el café me encuentre con un manojo de lana, decida enrollarlo y me lleve hasta andá a saber dónde.

Inter-dialogue


- Todo es impreciso, posible e improbable.

Qué querés, el amor pide calle, pide viento, no sabe morir en la soledad.

- Y yo sin tréboles. Con la caja de fósforos llena de azúcar. Sin hojas secas en medio de esta lluvia de polillas y esa vela verde que no para de consumirse.

Cortala y andá a dormir che.

Tardes


Y así seguí sin pensar.

Es que ya no me importa dejar atrás la realidad que intenta generarse alrededor. Veo lo que elijo. Hay tardes sin tiempo. Especialmente las grises con tintes amarillos. Y tal vez una lluvia quiera romper el silencio, pero sólo consigue que mi jardín llore. Sin paraguas voy a cosolarlo. Ahora el verde me canta al oído. Es que ahí estoy. Y no estoy.

En la hoja perfecta por lo imperfecta que junté mientras caminaba hasta tu casa.

En la pluma que me encontré entre las piedras para regalártela con una sonrisa.

En los jazmines que te llevé cuando estabas mal.

Hoy sueño con mariposas.

Más retazos propios


Siempre igual vos.

Si ponés agua para el mate, café o té acordate, tanto hierve que se evapora todo.

Descalza con el frio que hace.

Abriendo cajones donde buscás lo que, sabés, no vas a encontrar.

Te dije que no te acerques al costurero. Que los platos sucios invitan a las cucarachas a un festín, y después no te tapes los oídos como hacés siempre cuando algo te da miedo o impresión. Mucho menos vengas a pedirme que la espante.

Que colgar la ropa no es una fiesta donde prima la combinación de colores, sino simplemente que la ropa esté seca para usarla mañana.

Cuándo vas a aprender que no podés pasarte el día flotando por ahí, deseando toparte con el pensador de lunas y estrellas.

Si te pido que laves los platos no juegues con el detergente. Llenás la casa de burbujas y espuma. Es imposible con vos.

Y ahora dejá de hacer ridiculeces y vestite que nos vamos. ( Callate Horacio médico, no voy a cambiar. )

Cosas de noche


Hay veces que es un poco así.

Una taza que se llena con palabras y se bebe de a sorbitos, para no quemarse. Pero pasa que se enfría y es un asco. Como las pelusas y las hojas que están debajo del colchón. Hay que pegarle una barrida. Vaciar los ceniceros. Lavar las tazas.

No quiero más estos adoquines. No quiero más estar a la altura del suelo.

Quiero despertar a estos pájaros que tengo dormidos en la cabeza. Quiero un poco de poesía. Que me des un pedazo de luna que te guardaste en el bolsillo para cuando tenías ganas de llorar. Un trébol que encontraste en medio del jardín. El papelito que nunca tiraste porque escribia una verdad.

Los hilos... te digo que dejes los hilos de una vez.

Lo pequeño que es inmenso


¿Cuántos palitos de la selva podés comer al mismo tiempo hasta hacer una bola gigante rosa y blanca?¿Cuánto tiempo soportás abajo del agua sin respirar?

Si pisas las divisiones de las baldosas perdés.

Las bombuchas hay que ponerlas en un balde con agua para que no se rompan una vez que ya están llenas.

Las nubes son de algodón. O el algodón son nubes.

Si se te pierde la bolita del chupetín que soplás y flota no te preocupes, hacemos un bollito con papel.

Tenemos tizas de colores, dibujemos las paredes de la cocina.

Cuando te hamaques inclinate hacia atrás y el mundo estará al revés. El cielo en los pies.


No precisamos nada más. Solo una tarde de brillantina y cañoncitos con dulce de leche.

Típica-mente.


Así no es posible entenderse, te das cuenta.

Sos el cómplice de los otros, yo que tantas veces te supe diferente y te quise por eso, ya van tres o cuatro veces que me hacés lo mismo, de qué me va a servir que cada tanto respondas a mi deseo si al final es esto, verte ahí con las crenchas en los ojos, los dedos chorreando un agua gris, mirándome sin hablar.

Y me voy cansando de a poco que sea siempre lo mismo.

Menos mal que hay noches de risas y café.

Menos mal que hay tardes de submarinos y panqueques.

miércoles

Un día que esperaba del otro lado de la nube


Cuando me pongo a pensar detenidamente, volviendo de algún viaje intergalático que la tinta verde crea jardines, selvas, prados, follajes donde cantan las letras, palabras que son árboles, frases que son verdes constelaciones. Por eso deja que mis palabras, desciendan y te cubran como una lluvia de hojas amarillas, como a esos puentes que nos unen, como la tinta a esta página. Brazos, cinturas, cuellos, surcos, la frente pura, la nuca de bosque en otoño, los dientes que muerden pero no lastiman. Y el cuerpo se constela de signos verdes, como el árbol de cerezas. Ahora te toca mirar al cielo y su verde tatuaje de estrellas.Puedo ver sin imágenes, ver girar las formas hasta desvanecerse en claridad inmóvil. No se puede absorber plenitud en el vacío.Vi un cielo azul y todos los azules, del blanco al verde todo el abanico de los álamos y sobre el pino, más aire que un pájaro. Vi al mundo reposar en sí mismo. Vi las apariencias. Y llamé a ese instante: Perfección de lo Finito. Esas cosas que suelen suceder. ¿Vos entendés no? Es increíble...

Lo que está




Uno está destinado a luchar contra el árbol obstinado en devolverle las hojas al cielo. ¿Qué tiene de malo eso? Naturalmente nada. Pero es así, no hay nada que sea imposible. Mirá si no cuando te digo que las hojas pueden estar arriba aún si parecen suicidarse de esos dedos ramificados. Es como cuando uno camina y de repente una mancha roja se cruza entre tanto gris. En ese preciso momento el esquema se rompe. El té se enfría. La hoja vuelve a ascender, siente todo el violeta en sus extremidades y esa manía de llevármela junto a la boca. Tal vez para contarle un secreto, tal vez para confiarle un silencio o una risa. Y así nos con-fundimos. Nos metamorfoseamos recurrentemente.
Es que los lunes son raros. A veces son amarillos. Me cuesta definirle su color, sobre todo cuando hay sol, y hay caramelos que se derriten en las veredas y papelitos que están lejos. Tal vez esté esperando que los tigres azules me salten encima cuando doble por la esquina. Tal vez esté esperando con poca paciencia que los narcisos exploten de una vez, y sé que una lágrima se me va a escapar cuando eso suceda.
Pero seguro que espero algo que no puedo describir, esa inutilidad que poseo para describir lo que siento, esa inutilidad para explicar que quiero ver el estallido del color, encontrarte detrás de un vidrio fragmentado que reproduce luz pigmentada de arcoiris. De cruzar los puentes amarillos y rojos con peces y flores hasta alcanzar tus dedos y lo que viene detrás de esa mano que supo dibujarme que es el todo. Si, eso que está ahí y es el mundo.

Seguí nomás




Una inspiración que nace de la conjunción de tu imagen que vuelve litigante y de las palabras más lindas que jamás podré escribir. Por eso sólo son esto, boberías, nada que no puedas encontrar en algún rincón.
Un poco que los recuerdos están guardados en sitios que sabemos exactamente dónde quedan, esos a los que volvemos recurrentes sea con un aroma, con un color, con una textura, un sabor, o un simple sonido.
Pasa eso. Seguido. Como lo que se impregna en los dedos. El tabaco es aniquilador, es el único que delata siempre, difícil de echar, imposible de borrarlo. Hay dos dedos que precisamente conviven siempre con él. Dedos que hasta pueden quedar marcados con fuego, con un tinte amarillento desagradable y penoso.
Pero saber que esos dedos recorren lugares imposibles para otros es lo único que los vuelve airosos y heroicos. Los mismos que logran huir por unos instantes de ese olor nauseabundo para sumergirse en un río metafísico. Los que ascienden como látigos a veces, los que se aferran de la espalada y no quieren soltarse más, los que se dejan caer lentamente en médanos para que un viento venga y los borre.
Debe ser que tenés una increíble capacidad de figuración, pero una figuración que se torna real una vez que todo lo abstracto se conjuga mágicamente.
Decirte que no sos sabor ni olor no es negativo, porque tu más escondido universo se da como imagen y contacto recurrente, y hoy unos dedos casualmente manchados de tabaco me devuelven el instante en que me enderecé sobre alguna mesa sucia para lentamente reclamar las llaves de tu pasaje, forzar el dulce trecho donde ya casi no había defensas.
Más tarde comprendimos como era el juego, me cediste la ciudad de tu más profunda piel desde tanto horizonte diferente.
En esta vaga vainilla de tabaco que hoy me mancha los dedos se despierta la noche en que el puente bajó. Cierro los ojos y aspiro en el pasado ese perfume de tu carne más secreta, quisiera no abrirlos ahora, donde leo y fumo y todavía creo estar viviendo.
Creo que se entiende lo que quiero decir. ¿No?

Lunes y Agosto.


Pasa que hay golpes. Que hay ruidos ensordecedores. Y un silencio repentino con un zumbido en la cabeza que parece eterno. Se aferra con las uñas y lastima.
Puede que después llegue la calma. Una penosa calma que en verdad se vuelve pegajosa y fastidia, porque de seguro anticipa la tormenta.
No puedo dormir, no sé dormir. Los murciélagos de la noche que vienen a agitar las aguas del embrollo de pelos no me dejan cerrar los ojos. La respiración se vuelve dificultosa, se corta.
La noche se hace larga, eterna. Allá afuera el viento golpea. Parece que en este interior nada se mueve pero me duele, entonces sé que miento. Sé que el afuera es acá.
Estamos en agosto, el mes de los vientos. Los vientos impacientes. Los que cambian de dirección recurrentemente, como una danza ritual. Quieren irse me dijeron, les abrí la puerta para que lo hagan pero son torpes y no entienden de paredes.
Y mirá que hay que ser idiota para abrirles las puertas, si duelen tanto estos vientos.
Duelen con sus ruidos, duelen con sus miradas esquivas y vacías.
Es que no entiendo que el allá es el acá. Que el afuera es adentro. Es que soy un viento norte que trae revoluciones y tan perdido en si mismo se distrae con las flores que flotan, los panaderos sacudidos y las lunas rayadas. Tan perdido en su mundo suspendido que no baja los pies para acariciar eso que se llama en mí hay vos.

Tal vez sea esto. Tal vez otra cosa. Otro alguien.
Tal vez entiendas lo que quiero decir. Lo que importa, lo que llena.
Hay otros tal vez que no valen la pena …

lunes


Y parece que es así. Que una mesa puede ser el puente del que hablaba Julio hace unos cuantos inviernos atrás. Que esa mesa es el charco impuesto por una razón que ninguno puede comprender, y no importa que sea así.
Te preguntás por el espacio que envuelve esto que somos, o que fuimos. Me lo preguntás. No sé y ¿vos? No, tampoco. Y hay que dar el salto, no tocar el agua con la punta del pie. Hay que volar sobre el charco. Llegar hasta allá, hasta donde estás, donde el aire no pesa, donde una inspiración puede tragarse todas las formas que se funden con un humo denso, con un perfume a flores blancas.
Ya no hay hilos verdes para juntar porque una mano los escondió. Esa misma mano que me invita del otro lado de la mesa a dar el salto brutal. Aquella que siempre está tibia y desde un bolsillo inventa un universo a colores, crayones, garabatos, yuxtaposiciones, chocolates, canciones al oído, cosquillas en el cuello y despedidas eternas como dos chicos que se conocen en un cumpleaños y al momento de irse, cuando llegan sus papás no quieren soltarse las manos.

Algunas noches




Es como un espejo, si.
La rareza del sueño, de la puerta que no termina de cerrarse y estamos acá pero con un pie en el agua.
Hay un cuerpo detrás, hay una corona acolchada que parece asfixiar. Hay una vociferación de incoherencias, incongruencias, notas que suspenden y colores que se sumergieron y perdieron calidad.
Ya siento que doy el paso decisivo, ahora estoy completamente sumergida pero lucho con lo tangible para que no se vuelva plano.
Hay dos universos, el nuestro y el de ellos. Estás allá, en lo real, en una habitación, entre el amarillo y el naranja. Entre almohadones, entre el disco que nadie sacó. Pero estás acá.

Un silencio de vidrios rotos que ni siquiera corta.
¿Cómo vas a vivir sin pájaros ni hojas?
Tiempos huecos. Guitarras en la hoguera que se consumen y funden en cuerpos desnudos, en bocas abiertas, salivando por heridas que se abren pero no sangran.
No hay que llorar si no sabes dormir.
El viento no cambia su dirección y crees que no queda otra salida. Remolinos, pensás.
Las manos sucias te dan asco, a mi no.
Fijate en los que quedamos boca abajo, no hay cepillos. No hay banderas que izar.

Lo que sucedió sin darme cuenta


Sueñe sin miedo me dijo. Y entonces, claro... Yo soñé.

¿Por qué no me avisaste?

Que la lluvia se iba a volver poesía.

Que una luna temblando en el agua iba a ser yo.

Que un viaje sin vos sería el más aburrido de todos.

Que caminar con hilos en los bolsillos me haría llorar.
Hilos en los bolsillos. Eso si que no hace bien.

Menos mal que ahora lo sé.

Retazo de alma


Daniela se ponía a preguntar, guiándose por los colores y las formas. Era insensato querer explicarle algo a Daniela. Para gentes como ella el misterio empezaba precisamente con la explicación. Daniela oía hablar de inmanencia y trascendencia y abría unos ojos preciosos. Unos pocos se daban cuenta de que Daniela se asomaba a cada rato a esas grandes terrazas sin tiempo que todos ellos buscaban dialécticamente.Puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es un orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas.
Cuando tiene miedo se tapa los oídos. Cuando está feliz canta y baila. Se pasa la vida descalza. Para ella cada persona y cada día tienen colores que se transforman. Le cuesta dormir, pero cuando lo logra pasa horas y horas en la cama.
Daniela sin querer busca. Abre cajones y los cierra. Pierde hilos verdes por cualquier lugar. Y si no los pierde los guarda en bolsillos ajenos.
No entiende nada de matemáticas ni de habladurías exactas. Llora con facilidad, pero ríe aún más.

sábado

Un jardín de palabras


A veces pasa que me podés encontrar sentada en el jardín, inmersa en un mundo de papel. De esos que si se mojan con lágrimas es un peligro. Se corre la tinta y se arrugan las hojas. Y después no sirve más.
Pero claro, me invento ese mundo fantástico donde lo pasado por agua es maravilloso. Donde un pincel cargado que va perdiendo su color diluyéndose con el líquido resulta fantástico. Un mundo de contrastes.
Donde prefiero plantar jazmines y menta para creer en la felicidad. Esa misma que te da tanto miedo a veces, porque todo alrededor comienza a deshilacharse. La ropa se agujerea, desnuda los sentimientos que por más que trates y trates no podés ocultar. Se te escapa por la boca. Se te cae de las manos.
Entonces hablo de lunas, de viento, de globos, de vidrios, de alas, de café frío, de paseos inventados, de manos…
Cualquiera se da cuenta.