sábado

Lunares

Cuando me desperté supe que ya no estaba. Sentí la despedida desde el borde de la cama. Una pausa amarga de silencios secos. Había caminado cuatro pasos hasta la puerta, se detuvo. Una oleada de sensaciones, recuerdos y pensamientos inundó sus ojos, garganta y manos. Llevó los dedos hasta la frente, con sus palmas cubrió pestañas, nariz y pómulos, dejando así su boca pastosa, llena de palabras sin conjugar ni tiempo verbal que sigan cocinándose en su sopa de letras. Supe que volteó una vez más, vaciló un par de preguntas, algunos reproches también.
Sentí la brisa de la despedida; de la muerte serena del tiempo que abandona. Inspiré hondamente una bocanada de aire con perfume a olvido. Abrí la persiana de los párpados con cierta pesadez, las cuchillas de las sienes se excitaban recordando una noche de llanto silencioso.
Te miré sin verte. Con esa tentativa de acciones que sólo son posibles en la imaginación y después se agolpan desesperadas para no dejarte pensar. Supe que me estabas dejando, con esta almohada de flores que marchitan. Con mis propios caminos de tierra húmeda.
No tuve miedo cuando tu espalda desapareció tras el umbral. Sonreí con ganas, con toda la piel, con todo el amarillo de un nuevo amanecer, de otra oportunidad.