miércoles

Acá


Horacio, no es fácil hablarte desde este sillón negro, mantenido por el tiempo, deglutido por polillas. Macerado de noches despabiladas, con el alba callada.

Necesito contarte de aquel cielo raso que se cayó en nuestras cabezas hace ya algunos años, de cuando lenguas rugosas jugaban a la escondida en la oscuridad de los paladares. ¿Te acordás de ese tiempo, Horacio? De la noche que, ajenos a los miles de ojos, hubo manos que se deslizaron hasta tocarme con exacerbada precisión en el punto donde explotan los jazmines.

Cada tanto me detengo a observarte, o buscar en la profundidad de tu mirada vestigios de ese pasado tan librado al azar, tan desnudo y puro.

Tengo pudor, Horacio. Siento vergüenza de mostrarme autentica frente al espejo que refleja tu imaginario. Hay veces que tus dedos me queman, que las palabras que dejas salir, como lentas expiraciones de una vida que no logras alcanzar, van pegándose en la piel hasta formar escaras que supuran. Dolés con tu indiferencia. Duele tu distancia.

Lentamente nos fuimos convirtiendo en extraños. 48 hs de reposo corrido y de vuelta a la rutina. La fiebre baja porque ningún síntoma ronda este espacio. Porque con el frío todo ardor queda sumiso.