miércoles

Que no y no


Lo podés ver. Ahora estos ojos, tus ojos, se arrastran irónicos por donde estés. Convencido que algo nutritivo hay detrás de estos brotes de tinta negra. Sabés… siempre creí que su sabor era amargo.

Uno no puede andar cerca de las sombras que proyecta la luna, ella lo sabe y favorece a la desgracia. A veces odiosa y caprichosa, lejana. Pero no, te obstinás en seguirla, en jugar con ella y con las formas. Es que conocés la mitad que lo demás no pueden ver y no te entienden, acarician tu cabeza y –bueno, como quieras. Vos sabrás.

No podés vivir cerca de los candados y las llaves de aire, vos que dibujás con saliva alejate de las palabras escritas con humo. ¿Qué quiero decir con esto? Que no vengas a despertarme para decirme que es domingo, menos si es febrero. Que me estampes en la cara un beso pegoteado con olor a caramelo de plaza. Con vértigo de hamacas. Que tengo la cama repleta de papelitos verdes, como los jueves. Que no me dejes ser lo que no soy. Como esos que van muriendo desde que el despertador grita religiosamente a la misma hora todas las mañanas, eligen cuidadosamente las combinaciones, toman el café en la taza cotidiana, caminan apurados sin ver el cielo a menos que caigan unas gotas y lo maldigan porque se olvidaron el paraguas y el pelo se moja y la ropa se moja y el alma se moja y están al descubierto. Y así ellos no pueden. Qué le vas a hacer, tal vez algún día aprenda a vestir mejor los sentimientos y no desnudarlos por cualquier lado.

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