lunes

Cosas del calor


Las aspas del ventilador parecen no moverse a esta altura, la humedad sin pedir permiso se filtra por las persianas hasta sentarse en el marco de la ventana y nos mirar con ojos tristes. Se hace imposible ignorarla cuando lentamente desciende de aquel lugar y se instala al borde de la cama, y va chupando los dedos uno por uno, y el asco nos hace voltear para no verla más, inútilmente claro, porque la podemos sentir. Ahora sigilosamente avanza como una fiera por las piernas, con su lengua áspera llena de saliva las espaldas y todo se torna acuoso, un poco verde.
Puedo sentir sus manos hinchadas en mi cuello, lentamente me estrangula, aspiro una bocanada profunda hasta que ella, con sus ojos serenos, me arroja su aliento dentro de mi garganta, es inmundo, putrefacto. Siento arcadas, me veo presa de baba pegajosa entre mis brazos, las venas me van a estallar, los ojos se van inyectando de rojo sangre hasta que con las últimas fuerzas, las pocas ganas, me levanto de esta cama deshecha y me dirijo hasta una lluvia fría, la humedad me saluda, se da media vuelta y me pide que la despierte cuando termine, que ella no tiene sueño.