sábado

Lunares

Cuando me desperté supe que ya no estaba. Sentí la despedida desde el borde de la cama. Una pausa amarga de silencios secos. Había caminado cuatro pasos hasta la puerta, se detuvo. Una oleada de sensaciones, recuerdos y pensamientos inundó sus ojos, garganta y manos. Llevó los dedos hasta la frente, con sus palmas cubrió pestañas, nariz y pómulos, dejando así su boca pastosa, llena de palabras sin conjugar ni tiempo verbal que sigan cocinándose en su sopa de letras. Supe que volteó una vez más, vaciló un par de preguntas, algunos reproches también.
Sentí la brisa de la despedida; de la muerte serena del tiempo que abandona. Inspiré hondamente una bocanada de aire con perfume a olvido. Abrí la persiana de los párpados con cierta pesadez, las cuchillas de las sienes se excitaban recordando una noche de llanto silencioso.
Te miré sin verte. Con esa tentativa de acciones que sólo son posibles en la imaginación y después se agolpan desesperadas para no dejarte pensar. Supe que me estabas dejando, con esta almohada de flores que marchitan. Con mis propios caminos de tierra húmeda.
No tuve miedo cuando tu espalda desapareció tras el umbral. Sonreí con ganas, con toda la piel, con todo el amarillo de un nuevo amanecer, de otra oportunidad.

domingo

De cuando era posible



Somos testigos del tiempo que se detiene frente a nuestros ojos.
El instante caótico previo a la calma que ensordece. Un silencio de vidrios rotos que alcanza a cortar los ojos.

La tinta chorrea desde los lagrimales y el mundo se desprende debajo de los pies.

Instantáneas desgarradoras de figuras que no pertenecen a ningún sitio. Ideas suspendidas en el universo encerrado del otro lado del espejo. Minutos huecos. Notas arrojadas en la hoguera se consumen y funden en bocas abiertas, salivando por heridas que se abren pero no sangran. Que un bandoneón sea el proyector de las miserias mas humanas. Que vomite las entrañas podridas de un cuerpo anestesiado. Y otra ronda, que las ninfas todavía no se entregan.

Cuerpos que se amontonan, desnudez andrógina. Desde el fondo se dejan escuchar las melodías nostálgicas de lo que no volverá a ser. Arrancarte las vestiduras para ver al fin lo que intentamos ocultar. Aparentar porque no se alcanza lo que se quiere ser. Es recurrente. Casi constante. Desde que se quitan el infinito de los ojos y se cubren con bolsas que asfixian. El deseo de ser otro para ver lo que sus ojos ven. La rutina que aplasta y deja secuelas en la piel y huecos en la garganta. Parece que en el vacío no hay espacios disponibles aunque cueste creerlo. Asi es como se sufre, acordate lo que te digo.

La piel que no es más que un disfraz del montón, el cierre por detrás lo hace evidente. Hay que aprender a abrirlos, porque el único que funciona es el que falta y asi lo verdadero queda expuesto.

A lo lejos veo la redención, con ofrendas para dioses de agua podrida, de pavimento estampado contra las narices de los protegidos por estrellas. Pájaros como ideas que cada tanto salen a picotearnos las cabezas.

La inspiración que viene del más allá y no tiene formas reconocibles, pero si aroma de mujer. Se desdibuja en cicatrices del pasado y asi es como pierde sus facciones.

Búsqueda constante. Respuestas que no se encuentran para saciar la sed de tantos interrogantes. Y si no existen habrá que inventarlas. Pero para qué, si al final la vela se consume, los músicos se cansan, el tiempo se acaba.

Personajes perseguidos por un pasado incendiado, cenizas que aún arden en los huecos de la memoria, mal vivientes del presente.

Piezas perdidas de un rompecabezas que no encastra, la lucha con saliva para el acople justo.

Lenguas filosas entre las piernas, brebajes que prometen noches sin luna. Un volver al origen sin cordones ni alfileres. Y dale que así me gusta, sin mirarnos por las dudas.

Pueden llorar, pero no saben cómo. Huelo el miedo esparcido en el laberinto de sus mentes.

Veo ojos que se vaciaron, idiotizados en las bocanadas de humo toxico exhalado por aquellos que perdieron el norte y también el sur. Pero ellos no lo saben, una palmada en la espalada, y calladitos sin molestar, que acá hay gente que quiere descansar.

Alcanzo a sentir dedos sin huellas ni presagios posarse sobre mis hombros. Balbuceos susurrados al oído pidiendo anestesia. Adoquines en el estómago y ese miedo al vacío espacial que no te deja respirar.Piden una vuelta más, que el blanco es insoportable y hay que rellenar.

miércoles

Acá


Horacio, no es fácil hablarte desde este sillón negro, mantenido por el tiempo, deglutido por polillas. Macerado de noches despabiladas, con el alba callada.

Necesito contarte de aquel cielo raso que se cayó en nuestras cabezas hace ya algunos años, de cuando lenguas rugosas jugaban a la escondida en la oscuridad de los paladares. ¿Te acordás de ese tiempo, Horacio? De la noche que, ajenos a los miles de ojos, hubo manos que se deslizaron hasta tocarme con exacerbada precisión en el punto donde explotan los jazmines.

Cada tanto me detengo a observarte, o buscar en la profundidad de tu mirada vestigios de ese pasado tan librado al azar, tan desnudo y puro.

Tengo pudor, Horacio. Siento vergüenza de mostrarme autentica frente al espejo que refleja tu imaginario. Hay veces que tus dedos me queman, que las palabras que dejas salir, como lentas expiraciones de una vida que no logras alcanzar, van pegándose en la piel hasta formar escaras que supuran. Dolés con tu indiferencia. Duele tu distancia.

Lentamente nos fuimos convirtiendo en extraños. 48 hs de reposo corrido y de vuelta a la rutina. La fiebre baja porque ningún síntoma ronda este espacio. Porque con el frío todo ardor queda sumiso.

martes

Algunas cosas que no


- Nunca pude hacer la vertical.

- Nunca pude hacer la vuelta carnero hacia atrás.

- No me sale el repulgue de las empanadas ni las tartas.

- Si abro la ventana para dormir muevo la cama que está debajo por las dudas de que entre algún bicho.

- No uso señaladores cuando leo un libro.

- Comí lechuga una sola vez en mi vida.

- Subrayo oraciones en todos los libros que leo. Un libro sin marcar es un libro muerto.

- Nunca tuve un par de botas.

- Cuando paso al baño de cualquier persona abro todos los cajones, puertitas, o lo que sea.

- Nunca me subí a una montaña rusa.

- No sé las tablas de multiplicar.

- Planchar me hace doler la panza.

- No puedo dormir en la oscuridad total, tengo la extraña sensación de haberme quedado ciega.

- Me resulta imposible dormir con las piernas estiradas.

- No sé jugar al truco.

- No me da verguenza llorar.

- No me importa ser ridícula y jugar en las plazas.

- Nunca pude tocar carne cruda.

- No puedo caminar y cantar al mismo tiempo.

- No puedo ir a que me saquen sangre sola.

- No sè tocar ningún instrumento.

- (...)

miércoles

Un vestido azul cielo de verano


Enero es un mes raro, es un mes que está pero no está. Es un familiar que se instala en tu casa un domingo, que tiene la suficiente confianza como para dormirse una siesta en el sillón mientras afuera se toma mate. Es un corte de luz en la noche más calurosa de verano y el silencio invita a disfrutar del fresco nocturno. Enero es uno de esos meses que cuando uno lo transita sin vacaciones es eterno, el calor y la humedad son insoportables y el fastidio aumenta a pasos agigantados.
Anoche me fui a dormir con el sonido de una lluvia muy suave, el día amaneció con un cielo raro, gris en algunos sectores, despejado en otros. Mi plan de vestimenta para el día se vio en una disputa que no podía llevarme más de diez minutos porque se hace tarde, y la oficina espera. Desempolvé las zapatillas del placard, tomé una remera negra y una pollera de jean, frente al espejo resonó en mi cabeza la idea de pies mojados gracias a los charcos que quedaron de la noche anterior, o que el color negro absorbe la luz y tendria mucho calor, entonces tuve que cambiar de plan.
Salí de casa con esa sensación de pegajosidad en todo el cuerpo, con lo que me espera en el colectivo, con la idea de dejar pasar cuantos sean necesarios con tal de poder abrir las ventanillas.
Desde la oficina no tengo ventanas que den al exterior, estoy en una pecera donde la gente ve cómo habito en ese espacio alfombrado y contengo la respiración hasta que puedo asomar la nariz a la superficie, que vendría a ser una ventanita mínima que da a la terraza.
Por eso mientras estoy en el mar de papeles comienzo a escuchar el sonido de gotas que chocan contra la membrana de la terraza, cada vez más seguido, gotas furiosas que entran por la ínfima ventana. Mi memoria hace un recorrido de la mañana que tuve y me doy cuenta que no traje paraguas, que tonta. Es lógico que en verano las lluvias sean así, que hace mucho que no llueve, y que en enero sale el sol y llueve casi al mismo tiempo. Mientras pienso todo esto percibo que la orquesta acuática se detuvo, y veo la claridad desde mi escritorio que da a una señora que me mira desde afuera.
Me apuro para juntar mis cosas y emprender el camino a casa otra vez, cuando por fin veo el cielo en todo su esplendor noto que un gris muy oscuro se posa sobre nuestras cabezas, aún con todo ese monstruo sobre nosotros la resolana molesta los ojos, pienso que está bien caminar un poco más, que de esa manera evito las calles céntricas y espero el colectivo debajo de algún árbol.
Una vez emprendido el trayecto desde el 318 comienzo a notar pequeñas gotas que se estrellan contra el parabrisas. No me alarmo, es una llovizna. Saco el brazo por la ventanilla y no se moja, nada de que preocuparse.
Parada, por favor.
Cuando mis pies tocan por fin tierra firme enciendo un cigarrillo. Doy el primer paso y las pequeñas e inocentes gotas se transforman en gotones insoportables, en lluvia pesada y constante. Claro que no tengo paraguas. Pero entiendo por qué esta mañana antes de salir de casa elegí ponerme este vestido azul cielo de verano, entiendo por qué me invade la felicidad cuando camino con el cigarrillo mojado, con Lisandro en los oídos y este celeste en medio del gris.
Es lógico, en enero sale el sol y llueve al mismo tiempo.