miércoles

Lo que está




Uno está destinado a luchar contra el árbol obstinado en devolverle las hojas al cielo. ¿Qué tiene de malo eso? Naturalmente nada. Pero es así, no hay nada que sea imposible. Mirá si no cuando te digo que las hojas pueden estar arriba aún si parecen suicidarse de esos dedos ramificados. Es como cuando uno camina y de repente una mancha roja se cruza entre tanto gris. En ese preciso momento el esquema se rompe. El té se enfría. La hoja vuelve a ascender, siente todo el violeta en sus extremidades y esa manía de llevármela junto a la boca. Tal vez para contarle un secreto, tal vez para confiarle un silencio o una risa. Y así nos con-fundimos. Nos metamorfoseamos recurrentemente.
Es que los lunes son raros. A veces son amarillos. Me cuesta definirle su color, sobre todo cuando hay sol, y hay caramelos que se derriten en las veredas y papelitos que están lejos. Tal vez esté esperando que los tigres azules me salten encima cuando doble por la esquina. Tal vez esté esperando con poca paciencia que los narcisos exploten de una vez, y sé que una lágrima se me va a escapar cuando eso suceda.
Pero seguro que espero algo que no puedo describir, esa inutilidad que poseo para describir lo que siento, esa inutilidad para explicar que quiero ver el estallido del color, encontrarte detrás de un vidrio fragmentado que reproduce luz pigmentada de arcoiris. De cruzar los puentes amarillos y rojos con peces y flores hasta alcanzar tus dedos y lo que viene detrás de esa mano que supo dibujarme que es el todo. Si, eso que está ahí y es el mundo.

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