Lo supe desde el día debajo de un cielo de glicinas. Preferí no escucharlos.
Creí en la lluvia estelar de las sienes. Y no tuve miedo.
Aspiré el universo en una única bocanada. No me ahogué.
Me abracé a los miedos. Les tomé las manos y caminé entre hojas secas que la marea del tren traía cada vez que queríamos patearnos las cabezas.
Aprendí. Y ya no voy a cambiar la fascinación por los objetos transparentes esféricos deseando penetrarlos, pasar una estadía ahí dentro. Como sucede con los bonsái, ojalá fuese tan minúscula de poder sentarme debajo de uno de ellos.
No se puede explicar, pero a mi me pasa.
Creí en la lluvia estelar de las sienes. Y no tuve miedo.
Aspiré el universo en una única bocanada. No me ahogué.
Me abracé a los miedos. Les tomé las manos y caminé entre hojas secas que la marea del tren traía cada vez que queríamos patearnos las cabezas.
Aprendí. Y ya no voy a cambiar la fascinación por los objetos transparentes esféricos deseando penetrarlos, pasar una estadía ahí dentro. Como sucede con los bonsái, ojalá fuese tan minúscula de poder sentarme debajo de uno de ellos.
No se puede explicar, pero a mi me pasa.