¿Qué me van
a hablar del tiempo?
Eso de
medirlo, de contarlo, de planearlo… puras habladurías.
Este temita
no puede explicarse así como así, se siente o se vive, fin de la cuestión. No
voy a ponerme en catedrática ni absolutista, pero escuchame, ¿me lo vas a
refutar?
¿Cuándo sentís
que estas vivo? ¿Qué es lo que te quema las pestañas cada día?
Yo creo que
uno no se percata nunca de lo que es hasta que lo es. Es un juego de palabras
pero me parece que es así. Que el tiempo se vuelve real cuando detenemos un
instante la vorágine, y mira qué absurdo o qué contradictorio, que para vivir
hay que parar.
El alimento
para el alma nos da el ímpetu para seguir vivos, para sufrir y disfrutar, para
la hamaca de cada día.
No se si está
bien creer que para que exista el arriba tiene que haber un abajo, todavía no
me puse de acuerdo, pero a veces pienso que no siempre debe ser así. Es una cuestión
de perspectivas solamente. Es algo que uno necesita creerse para poder seguir.
Cada mañana
es única aunque parezca que tiene siempre el mismo disfraz, nada vuelve y todo
perdura.
Uno es
dueño de su tiempo y de lo que hace con el, es libre de elegir la levedad o el
insomnio, el amarillo o los grillos.
Pero hay
veces que el tiempo nos toma de los tobillos, es increíble, pero nos alcanza.
Hay varios de esos días que todo pesa en la espalda, que las agujitas mecánicas
van a mil revoluciones y nos enloquecen, entonces sentimos los parpados
cansados, la voz que arde, las manos que no responden, nos olvidamos que
podemos elevarnos con solo aspirar el infinito, ahí donde no hay tiempo, ahí
donde los colores nos inundan, donde uno puede escalar hasta la luna y sentir
que el vacío de los minutos huecos pero llenos de ruido quedaron en otro plano,
en uno de casilleros Mondrianìcos pero monocromáticos, como una hoja (horrible)
cuadriculada.
Nadie nos avisó
que algunos saltos en esta rayuela iban a estar tan interrumpidos por
obstáculos, nadie nos previno de las heridas con sal, ni de las lágrimas que
queman, pero fuimos aprendiendo, y seguimos haciéndolo, para seguir saltando,
para que la piedrita nunca deje de picar.
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