viernes

Tiempo a Tempo

¿Qué me van a hablar del tiempo?
Eso de medirlo, de contarlo, de planearlo… puras habladurías.
Este temita no puede explicarse así como así, se siente o se vive, fin de la cuestión. No voy a ponerme en catedrática ni absolutista, pero escuchame, ¿me lo vas a refutar?
¿Cuándo sentís que estas vivo? ¿Qué es lo que te quema las pestañas cada día?
Yo creo que uno no se percata nunca de lo que es hasta que lo es. Es un juego de palabras pero me parece que es así. Que el tiempo se vuelve real cuando detenemos un instante la vorágine, y mira qué absurdo o qué contradictorio, que para vivir hay que parar.
El alimento para el alma nos da el ímpetu para seguir vivos, para sufrir y disfrutar, para la hamaca de cada día.
No se si está bien creer que para que exista el arriba tiene que haber un abajo, todavía no me puse de acuerdo, pero a veces pienso que no siempre debe ser así. Es una cuestión de perspectivas solamente. Es algo que uno necesita creerse para poder seguir.
Cada mañana es única aunque parezca que tiene siempre el mismo disfraz, nada vuelve y todo perdura.
Uno es dueño de su tiempo y de lo que hace con el, es libre de elegir la levedad o el insomnio, el amarillo o los grillos.
Pero hay veces que el tiempo nos toma de los tobillos, es increíble, pero nos alcanza. Hay varios de esos días que todo pesa en la espalda, que las agujitas mecánicas van a mil revoluciones y nos enloquecen, entonces sentimos los parpados cansados, la voz que arde, las manos que no responden, nos olvidamos que podemos elevarnos con solo aspirar el infinito, ahí donde no hay tiempo, ahí donde los colores nos inundan, donde uno puede escalar hasta la luna y sentir que el vacío de los minutos huecos pero llenos de ruido quedaron en otro plano, en uno de casilleros Mondrianìcos pero monocromáticos, como una hoja (horrible) cuadriculada.
Nadie nos avisó que algunos saltos en esta rayuela iban a estar tan interrumpidos por obstáculos, nadie nos previno de las heridas con sal, ni de las lágrimas que queman, pero fuimos aprendiendo, y seguimos haciéndolo, para seguir saltando, para que la piedrita nunca deje de picar.



Me deseo una rayuela llena de tiza, con muchísimas oportunidades para seguir tirando, aun cuando caiga en una línea o inclusive cuando se salga de ellas, porque así es como vamos afinando la puntería, así es como seguimos jugando con el azar, con las improbabilidades probables, esas que nos hacen reír. 

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