Tal vez
se trate de la lucha entre lo cercano y lo distante.
Un poco
que eso de estar lejos se siente raro. Tal vez sea que estoy demasiado cerca.
Ya no se
puede distinguir el fin del cielo porque acá todo es inmenso, o será que somos
diminutos y el espacio invita a caer.
Se puede
absorber el infinito en este lugar, donde ya no hay nada ni nadie.
El color
es una avalancha en el alma que hace descender hasta el sentimiento más pesado.
Choque mortal
de vorágine y calma. Entrar en piloto automático hasta que el aire duela en el
pecho. Dejar volar los pájaros que anidaban en la cabeza porque ya es tiempo de
flotar y de saltar.
Hay veces
que el ruido del silencio apuna las neuronas. Los dioses ocultos tras los
cortes duros de las rocas se asoman para suspirar. Hay veces que el rojo me
quema las pestañas y ya no puedo ver.
Tiempo que
sobra para lavar culpas. Tiempo que falta para llenar de luz. Precipicios donde
encuentro fragmentos nuevos para recolectar y armarme.
Voy desvistiendo
sentimientos, revelando oscuridades frente al amarillo que enmaraña tu mente
perturbada. Volcanes muertos que reviven cuando las manos sangran, cuando la
voz se apaga y el murmullo de la nada atraviesa la garganta.
Camino descalza
los senderos que la tierra indica, voy pisando escalones que llevan al paraíso
en el cielo, donde hay verde y también flores enormes.