miércoles

El lado que se cae


No es fácil cuando febrero se nos cae en la garganta, y es hora del té frío con galletitas y dulce. Sumergirse en el rojo del infierno inconsciente, de ojos que se vacían cuando las palabras brotan. Sentir que ni el más fuerte soplido te va a hacer volver, te va a reaccionar. Y te escucho todavía, de lejos, de cerca. Parado, boca arriba. Al revés. No puedo gritar en este silencio de vidrios rotos que lastima las manos y nos hace sangrar. No puedo callarme con tu catarata de percepciones, y heridas que todavía supuran. ¿Qué decirte? Hay que reflexionar, separar las letras perfectamente, encontrar las consonantes adecuadas. Reglas indicadas de sintaxis ante tanta prosa desgarradora junta. Porque no me puedo equivocar, y me cuesta, y me duele. Me duele el silencio que te lleva lejos precisamente en este instante. Ojalá pudiera abrir un baúl con tinta acertada, que su fecha de caducidad no haya expirado y asi hacértela sentir viva. Abrir el puño furioso para calmar la sed de los minutos perdidos.
No sé expresarme, no encuentro los modismos. No comulgo con exigencias ni obligaciones, no trato con explicaciones ni demandas. Tan solo intento cambiar el punto de fuga, aflojarte la cuerda del cuello cuando asfixia para que puedas asomarte a la superficie e inhalar el universo de una sola bocanada, yo espero en la isla para cuando exhales. Cuando los cuervos que pican la memoria selectiva salgan a volar, a buscar alimento y asi pueda atraparlos entre las manos y que sigan una ruta al sur, lejos del norte donde habita la razón.
Quiero decir, no es fácil cuando somos restos de un pasado caótico, repleto de pedacitos que se llenaron de sal y caramelo. De mugre, se pasaron por agua, se hirvieron. El poder de la palabra, el poder del resumen, de las elecciones. Difícil.
El miedo que se viste de traje y guarda papeles en los bolsillos, que paraliza, que frena. Y uno llega hasta ahí porque en definitiva siempre es un espejo (y uno lo sabe), entonces las frustraciones quedan al descubierto, la semejanza que provoca rechazo, la impotencia de lo estático, de lo que permanece y no muta. La inconstancia que también lastima. Entonces vivimos de contradicciones, llenos de temores. Pesa la verdad. Agujerea el pecho cuando nos atamos las manos y nos vendamos los ojos frente a ella, nos hacemos los distraídos porque la conocemos pero mejor allá lejos, no vaya a ser que se meta en la cama mientras soñamos con sueños que nos hubiese gustado soñar. ( Lo que todavía no sabemos es que aún se puede, hay que probar )