viernes

Suspensión


Una mañana me propuse elevar la vista. Quiero decir, observar lo que está por sobre mi escasa estatura. Caminé las tres cuadras que me separan de mi casa hasta la parada del colectivo mirando los techos de las viviendas vecinas, recorrí con mis ojos ventanas que nunca antes les había dedicado semejante atención. Me detuve particularmente en una chimenea con pequeñas bóvedas de forma ovalada donde las palomas residen. Rápidamente me invadió la tristeza de haber pasado por alto esa maravilla, cómo pude haber salteado semejante detalle durante tantos años. Cuando la alegría de haber descubierto ese pequeño tesoro se apoderó de mi mañana aceleré el paso, el encuadre de mi visión se mantuvo en un trozo de cielo celeste matutino en composición con los límites arquitectónicos.
Recorrí enredaderas infinitas, antenas inservibles, vidrios astillados, toldos rayados, ropa colgada danzando en las terrazas y por fin el 318.
El viaje tuvo poco y nada para ofrecer, un poco por la tierra pegada en las ventanillas y otro poco porque este juego es bastante común cuando uno está ahí sentado, y el tiempo parece un chicle.
Luz roja, tiempo suficiente para volver a elevar la mirada, pero sólo veo un paredón blanco.
Me detengo en el techo, que es de chapa y me recuerda al barrio de mi abuela. Bajo un poco más la vista y entrecerrando los ojos dentro de un pequeño hueco en la pared hay algo que se mueve. De pronto, veo muchos de esos agujeros. Ahora sobre el techo hay pájaros, mueven sus cabezas nerviosos, aletean simuladamente y se esconden en alguna de todas esas aberturas. Cada tanto se asoman y me miran temerosos desde lo alto.
Dudo que se propongan observar qué hay por debajo de sus ojos.

1 comentario:

Ignacio Vanini dijo...

Si uno pudiera hacer un libro que narre la vida de los techos...

Este escrito publicado sería un buen comienzo.