No es fácil hacer memoria de cosas así.
Todo está contaminado, lleno de pelusas, de babas del diablo que se pegan en
las pestañas y dificultan la visión.
Me acuerdo que me temblaban las manos, que
las piernas se aflojaron, que el humo era constante (un pucho atrás del otro) y
eso que vos no fumás…
No tenías que decirme nada, tus ojos eran
un libro lleno de palabras incongruentes, inentendibles.
Todavía puedo sentir la respiración
profunda en mi garganta, el instante detenido en el tiempo, colgando de los
pocos cables que había allí. Me había pedido una ensalada de lechuga y tomate
con una milanesa, pero no era eso lo que quería comer. Después de escucharte
cada bocado era aire en mi boca, las hojas verdes se fueron ennegreciendo hasta
dolerme, hasta hacerme llorar. Nunca había llorado mientras comía lechuga, ¿vos
si? Es una sensación rara, hasta puedo llegar a sugerírtela.
Me abrazaste, lloraste conmigo y eso me
conmovió. La gente nos miró y dijo cosas. Yo putié, como siempre. Vos también
lo hiciste para reforzar mi bronca. Nos reímos para amenizar un momento tan
tenso, sabíamos que era una herida difícil de sanar y entendimos que lo mejor
era mandar todo a la mierda.
Te dije que me quería ir, realmente me
sentí enclaustrada en una plaza, con paisaje de sierras y noche estrellada. Necesitaba
correr, huir. Era un cristal frágil, era una hojita en otoño pendiendo del
árbol en plena tormenta. Veía su cara en la de los demás. Las palpitaciones se
aceleraban con cada palabra. No aparezcas.
Me miraste de cerca, me abrazaste otra vez
y calmaste todo ese dolor al menos por un momento. Encendiste un farol en medio
de la oscuridad, me regalaste una brújula para ubicar mi verdadero sur y
emprender el viaje. Extendiste tu mano con un paraguas cuando la lluvia retinal
me empapó el alma y me sentí sucia y fea.
No entiendo, te dije. Hacemos todo tan difícil,
tan rebuscado y retorcido. Y eso pasa cuando metemos la cabeza en donde no hay
que meterla. La espera asfixia, la incertidumbre te come las uñas. ¿Y para qué?
Deducir conjeturas del pensamiento ajeno y de sus acciones. Si no podemos ni
con las nuestras.
La cena quedó a medio comer. Pedí mi
helado (era de frutilla) no me encanta pero me sirvió de consuelo. Me
preguntaste qué quería hacer. Ir a bailar te dije. Accediste, pese a todas tus
resistencias. No bailamos al final pero nos tomamos unas cervezas y nos reímos
un buen rato. Volvimos al hostel y fumamos, esta vez sí lo hiciste, yo quería
que los humos incitaran al sueño y vos también lo querías, sabías que iba a ser
una noche difícil. Mi verborragia era constante, casi un vómito de palabras y
llanto.
La mañana siguiente te despertaste antes
que yo (algo que no sucedía nunca) me regalaste el sol y el río. Los mates y
los libros. Me cuidaste como a un cactus en una copita, fuiste mis ojos en
medio de la niebla, mis pies en el camino rocoso.
Respiramos el infinito entre el verde de
las sierras, y soltamos todo un pasado cargoso en el cauce de las aguas.